Casa Lago, Estado de México, 5 de junio se 2025
El último día del XXVI Encuentro Nacional de Vicarios Episcopales de Pastoral y Secretarios Ejecutivos de Comisiones y Dimensiones inició con la celebración eucarística y rezo de laudes, presidida por Monseñor Héctor Mario Pérez, secretario general de la Conferencia del Episcopado Mexicano (CEM), y concelebrada por Monseñor Felipe Pozos, segundo vocal del Consejo de Presidencia.
Durante la homilía, Mons. Héctor Mario dirigió palabras que resonaron con fuerza entre los participantes: vicarios, secretarios, laicos y consagrados provenientes de todas las provincias eclesiásticas del país. Inspirado en la oración sacerdotal de Jesús (“Que todos sean uno, como Tú, Padre, en mí y yo en ti”), el obispo destacó que el seguimiento de Cristo no es fruto de una iniciativa humana, sino de un llamado amoroso de Dios.
“Nadie sigue al Señor simplemente porque lo considera una buena idea o una persona admirable. Lo seguimos porque Él nos amó primero, porque tocó nuestro corazón y nos invitó a entrar en su comunión”, expresó.
Subrayó que la vocación, sea al sacerdocio, la vida consagrada o el compromiso laical, no se elige por mérito propio, sino que es una gracia que brota del corazón de Cristo. “No estamos aquí por nuestras capacidades, sino porque fuimos llamados”, recalcó.
Enfatizó además que la verdadera comunión no consiste en pensar igual, organizarse igual o trabajar con las mismas ideas, sino en abrir el corazón al otro. “Mi hermano es mi camino al cielo, incluso —y sobre todo— cuando piensa distinto a mí”, dijo.
La homilía hizo un llamado a vivir una Iglesia donde el amor haga espacio a los demás, donde la diversidad no se vea como amenaza, sino como riqueza. “Transformaremos el mundo no con estructuras, sino con compasión. El amor que deja entrar al prójimo es el que deja entrar a Cristo”, afirmó.
Finalmente, invitó a los presentes a vivir esa unidad por la que Jesús oró, no como un ideal lejano, sino como una tarea concreta y cotidiana: renunciar al ego, convivir en las diferencias y dejarnos guiar por el Espíritu Santo.
Así dio inicio el último día de este Encuentro Nacional, marcado por la fraternidad, la sinodalidad y la renovación del compromiso pastoral al servicio de la Iglesia en México.