Por: Román Ramírez Carrillo
oceanoazul@live.com.mx
El lunes 11 de septiembre se cumplieron 50 años del golpe de Estado encabezado por Pinochet en Chile, acaecido en el año de 1973.
El año anterior, el 2 de diciembre de 1972, el presidente Salvador Allende fue invitado a Guadalajara y se celebró un acto académico en el auditorio del Instituto de Ciencias Sociales y Humanidades, que hoy lleva su nombre.
Estuvieron presentes el presidente Luis Echeverría Álvarez, los ministros de Relaciones Exteriores de Chile y México; el presidente del PRI, Jesús Reyes Heroles; el obispo de Cuernavaca, Don Sergio Méndez Arceo; el gobernador de Jalisco, Alberto Orozco Romero, y el rector de la Universidad, José Parres Arias.
Yo cursaba la Preparatoria en el Colegio Fray Pedro de Gante, y nos enviaron a hacer valla de bienvenida al presidente Allende. Me tocó verlo de cerca, a unos pocos metros. Al descender del auto nos saludó con una cálida sonrisa y palabras muy amables. Para mí, Allende Gossens tenía un gran carisma personal y social; mismo carisma que pude reconocer en la persona de Juan Pablo II, en el año de 1979, cuando vino a Guadalajara, en el marco de su visita pastoral a México.
Al día siguiente en el periódico pude leer la crónica y parte de su discurso en la Universidad, del cual el mismo Allende diría que fue “el mejor de mi vida”.
Destacan estos párrafos: “Yo no he aceptado jamás a un compañero joven que justifique su fracaso porque tiene que hacer trabajos políticos; tiene que darse el tiempo necesario para hacer los trabajos políticos, pero primero están los trabajos obligatorios que debe cumplir como estudiante de la Universidad. Ser agitador universitario y mal estudiante es fácil; ser dirigente revolucionario y buen estudiante es más difícil. Pero el maestro universitario respeta al buen alumno, y tendrá que respetar sus ideas, cualesquiera que sean”.
Y explicó: “Nosotros en Chile hemos dado un paso trascendente: la base política de mi gobierno está formada por marxistas, por laicos y cristianos, y respetamos el pensamiento cristiano; interpretamos el verbo de Cristo, que echó los mercaderes del templo”. Nueve meses después fue derrocado.
En aquellos años, la modernización, el desarrollo estabilizador y la confianza imperaban en el país. Usábamos algunos el pelo corto, de “casquete”, y los jóvenes en general ya usaban el pelo largo, como signo de rebeldía y cambio.
La ciudad de Guadalajara terminaba en la colonia Chapalita, y no existían el Periférico, los Pares Viales, ni la Plaza Tapatía; Plaza del Sol se había inaugurado en 1970. En ese entonces no había ni trolebuses, ni combis, ni minibuseros, ni macro periféricos ni Tren Ligero. En los 70 el dólar costaba 12.50 pesos; Guadalajara tenía apenas un poco más del millón de habitantes.
Ese año del 73 gana el Oscar la película El Padrino. Una de las canciones más escuchadas fue Killing Me Softly with His Song, de Roberta Flack. Las canciones de éxito en español eran Eva María, de Fórmula V, y Eres tú, de Mocedades.
Una Coca-Cola costaba 50 centavos. El salario mínimo rondaba los 40 pesos (de antes); el optimismo y la tranquilidad eran los signos del futuro. Anhelábamos vivir como en Estados Unidos, pero ese sueño se desvaneció, comenzó el rompimiento de un modelo social y económico insostenible; la crisis social ya se había hecho evidente cinco años antes, un 2 de octubre. El consenso social se había vuelto contra el sistema político mexicano.
La conciencia de la juventud se revolucionó en esa época, respondiendo al fuerte cambio de ideales y de valores sociales que se estaban generalizando en el mundo. Herederos del 68 son los valores de los derechos de la mujer, la democratización de las relaciones sociales y la transparencia en la actividad política, una preocupación por la defensa del medio ambiente y la construcción de paz.