Por: Rafael López, pbro.
@rafalosi
Desde hace mucho tiempo, se ha querido cambiar la vivencia interna del Evangelio en las comunidades eclesiales de todo el mundo. En el siglo pasado, hubo un gran intento de renovación eclesial, llamado Concilio Vaticano II, que con gran ímpetu abrió la ventana de la Iglesia para que entraran aires nuevos.
Los aires nuevos entraron, pero, después de más de 50 años, parece que solo ese aire nuevo movió las cortinas, porque los muebles de la habitación son de madera fina y pesados, que son difíciles de mover de lugar. Esos muebles, que adornan la habitación, tienen historia, durabilidad y belleza, que difícilmente se pueden cambiar por otros más modernos y de menor calidad. Los que están dentro de esa habitación, siguen viendo por la ventana como el mundo ha cambiado y los que están afuera ni siquiera voltean a ver lo que hay dentro de esa habitación antigua y con grandes tesoros en su interior.
Los últimos Papas, han hecho hasta lo imposible desde su vida y magisterio, para renovar la Iglesia, por dentro y hacia fuera, acompañarla en sus «luces y sombras» y quieren invitar a todos a que entren a esa habitación, ya no solo abriendo la ventana, sino toda la puerta. A muchos les da miedo que se abra de par en par. Pero el Papa Francisco ha sido muy claro: «en la Iglesia hay espacio para todos, para todos. En la Iglesia ninguno sobra, ningún está de más, hay espacio para todos. Así como somos.»
Pero los cambios no han llegado a todos los lugares. Unos se resisten, inclusive, quieren volver a tiempos y celebraciones conservadoras, donde se resalta la grandeza y belleza de lo eterno en vestiduras y espacios, sin voltear a ver al hermano andrajoso y que ocupa espacios insalubres. Se ve con desconfianza ese mensaje de que en la «iglesia hay espacio para todos»: ¿cómo voy a compartir la misma mesa y espacio con el pecador? ¿Cómo voy a tolerar la presencia de alguien que piensa y vive diferente a mi?
El cambio está en marcha y ahora se está invitando a todos a dialogar sobre este cambio, para que este nuevo aire, no solo sea un cambio para seguir igual, sino para que juntos, como verdaderos hermanos, transformemos la realidad que ha dañado la dignidad y belleza del ser humano. El Evangelio, sigue siendo ese tesoro que quiere enriquecer a todos e iluminar el camino de una nueva humanidad.