+ Felipe Arizmendi Esquivel
Obispo Emérito de SCLC
MIRAR
La misma naturaleza se renueva: en invierno todo se seca, en primavera reverdece, madura en verano y se cosecha en otoño. Nosotros mismos cambiamos, no sólo de edad física y psíquica, sino en muchos aspectos. Renovamos nuestras casas y nuestra ropa; mejoramos nuestros sistemas de comunicación. Cuando queremos vivir más contentos en familia, cambiamos nuestro carácter, dejamos actitudes negativas, nos comprometemos a mejorar algunos aspectos, dejamos los excesos en las bebidas embriagantes. Quien nada quiere cambiar, quizá es por su orgullo de creerse siempre perfecto en todo, o no quiere perder sus indebidos privilegios.
En nuestra Iglesia, que es santa y pecadora, siempre estamos en proceso de purificación. Así ha sido en toda su historia. La reforma que impulsó Lutero tenía muchas exigencias de cambio en la Iglesia Católica, y con toda razón, aunque después de desvió por asuntos doctrinales. El Concilio Vaticano II, de 1962 a 1965, promovido por Juan XXXIII y continuado por Pablo VI, nos impulsó a transformar muchas cosas que no eran tan fieles al proyecto de Jesús y a las necesidades de los tiempos actuales. Los papas posteriores, Juan Pablo I, Juan Pablo II, Benedicto XVI y Francisco, han continuado este permanente proceso de renovación. Desde Juan Pablo II, se está intensificando una reforma en la manera de vivir el servicio del Papa; Francisco ha insistido en ello, y lo está demostrando con su estilo de vida y con su impulso a la sinodalidad.
Las instituciones civiles en el campo legislativo, judicial, ejecutivo y fiscal, tanto a nivel federal como estatal, no son perfectas e inamovibles, sino sujetas a los cambios que los tiempos van exigiendo. Todos los ciudadanos tenemos derecho a dar nuestra palabra al respecto, cuando sea prudente y posible. Si se tiene que reformar el poder judicial, el legislativo, o lo que sea, ojalá que se escuchen las voces de personas libres y sabias, que no estén sujetas sólo al capricho del supremo poder, sino que aporten sus propuestas y éstas sean tomadas en cuenta. Si se exige que no se cambie ni una coma a la propuesta del Ejecutivo en turno, eso no es democracia, aunque se mencione mucho al pueblo, sino crasa demagogia o dictadura.
DISCERNIR
La primera predicación de Jesús, según Marcos, es: “El tiempo se ha cumplido, el Reino de Dios está llegando: conviértanse y crean en la Buena Noticia” (1,15). La conducta que él más reprueba es la del fariseo, que sólo juzga a los demás y no reconoce su propio pecado (cf Lc 18,9-14). El apóstol Juan advierte: “Si decimos ‘no tenemos pecado’, nos engañamos a nosotros mismos y la verdad no está en nosotros. Pero si confesamos nuestros pecados, Dios, que es fiel y justo, perdonará nuestros pecados y nos purificará de toda maldad. Si decimos ‘nunca hemos pecado’, hacemos pasar a Dios por mentiroso, y su Palabra no está en nosotros (1 Jn 1,8-10). Por ello, todos los días empezamos la Misa diciendo: “Yo confieso que he pecado mucho, de pensamiento, palabra, obra y omisión”.
El Concilio Vaticano II, en su Constitución sobre la Iglesia, dice: “Mientras Cristo, santo, inocente, inmaculado, no conoció el pecado, sino que vino únicamente a expiar los pecados del pueblo, la Iglesia encierra en su propio seno a pecadores, y siendo al mismo tiempo santa y necesitada de purificación, avanza continuamente por la senda de la penitencia y de la renovación” (LG 8).
El Papa Francisco, en su exhortación Evangelii gaudium, nos dice: “Espero que todas las comunidades procuren poner los medios necesarios para avanzar en el camino de una conversión pastoral y misionera, que no puede dejar las cosas como están. Hay estructuras eclesiales que pueden llegar a condicionar un dinamismo evangelizador. Sin vida nueva y auténtico espíritu evangélico, sin fidelidad de la Iglesia a la propia vocación, cualquier estructura nueva se corrompe en poco tiempo.
Sueño con una opción misionera capaz de transformarlo todo, para que las costumbres, los estilos, los horarios, el lenguaje y toda estructura eclesial se convierta en un cauce adecuado para la evangelización del mundo actual más que para la autopreservación. La reforma de estructuras que exige la conversión pastoral sólo puede entenderse en este sentido: procurar que todas ellas se vuelvan más misioneras, que la pastoral ordinaria en todas sus instancias sea más expansiva y abierta, que coloque a los agentes pastorales en constante actitud de salida y favorezca así la respuesta positiva de todos aquellos a quienes Jesús convoca a su amistad” (EG 25-27).
El episcopado mexicano, en el Proyecto Global de Pastoral 2031+2033, dice: “Creemos que la conversión pastoral en nuestra Iglesia, que debe fundamentarse en una sólida espiritualidad cristológica, eclesial y guadalupana, pasa primero por los Obispos y después por el presbiterio. Por lo que nos proponemos ser esos pastores en salida, capaces de dialogar con el mundo. Nos sentimos llamados a servir, en comunión con toda la Iglesia, principalmente en las realidades más lacerantes y acuciantes, y, sobre todo, hacer presente las exigencias del Evangelio a favor de la construcción del Reino de Dios, es decir, de una humanidad más humana, justa y solidaria. Una humanidad bajo el signo de la Redención” (PGP 146).
ACTUAR
Si quieres que haya paz, armonía, justicia y solidaridad a tu alrededor, en tu familia, tu escuela, tu trabajo, tu comunidad, no sólo exijas que otros cambien; analiza en qué debes cambiar tú primero. Y si algo hay que cambiar a nivel político, económico, deportivo, judicial, legislativo, etc., haz propuestas y lucha por que todo sea mejor para todos.