En una de las jornadas más conmovedoras de la CXVIII Asamblea Plenaria de los Obispos de México, durante la mañana del del 30 de abril, una madre buscadora, una joven y una defensora de derechos humanos compartieron ante los pastores del país sus testimonios de dolor, esperanza y exigencia de justicia. Bajo el tema “La Reconciliación y la Paz”, y coordinada por el arzobispo de León, Mons. Jaime Calderón Calderón, la sesión estuvo marcada por un llamado urgente a la Iglesia a ser presencia viva, acompañante y profética frente a la violencia que desgarra a México. La frase que dio nombre al día —“Nos faltan pastores con corazón”— no fue una consigna, sino un clamor nacido del sufrimiento de quienes han perdido a sus hijos, y de una juventud que anhela ser escuchada y abrazada.
Una Iglesia que escucha el clamor de las víctimas
Ana Paula Hernández Comano, fundadora de la asociación civil Pro Paz y madre de familia, alzó su voz en nombre de quienes trabajan por la educación y la construcción de paz en México. “No tengan miedo”, recordó con firmeza, evocando esa frase que la Biblia repite 365 veces. Desde su experiencia en derechos humanos, invitó a los obispos a ser una Iglesia que acompaña y consuela, que actúa y no se encierra. “El Evangelio no es una historia de éxitos, sino de acompañamiento y caminos compartidos en medio del dolor”, dijo con sencillez y esperanza.
La voz de los jóvenes: esperanza encendida en medio de la noche
En este mismo espacio, Tere Ramos, en nombre de los adolescentes y jóvenes compartió los frutos de un proceso de escucha nacional. Con encuestas, encuentros y testimonios recogidos en redes sociales y comunidades, identificaron tres palabras clave que definen su preocupación actual: violencia, soledad y desesperanza. Sin embargo, entre estas sombras, surgieron también anhelos de justicia, paz y sentido. “No pedimos perfección, pedimos presencia”, expresaron. Pidieron una Iglesia que los escuche y los forme, que los abrace y los envíe. Recordaron las palabras del Papa Francisco en Christus vivit: “El corazón de cada joven es tierra sagrada”. Y exhortaron a los obispos: “No se acerquen a nosotros si no están dispuestos a descalzarse primero”.
Voz de miles de madres buscadoras
Junto a ella, María Herrera, madre de ocho hijos, de los cuales cuatro están desaparecidos, ofreció un testimonio estremecedor. Su voz fue la de miles de madres que han salido a buscar a sus hijos, ante la indiferencia de las autoridades. “Nosotras fuimos primero a las oficinas del gobierno, año tras año, sin respuesta. Cansadas de esperar, salimos a buscar nosotras mismas”, compartió. Denunció con valentía la corrupción de autoridades que han sido cómplices de los crímenes: “Fue la policía ministerial quien se llevó a mis hijos, y los entregó al crimen organizado”. Y aunque vive amenazada, su fe permanece intacta. “Seguimos con nuestra fe en alto. Hemos aprendido a controlar el miedo”, dijo. Su petición a la Iglesia fue clara: “Necesitamos más pastores con corazón, que se atrevan a salir, a abrazar, a acompañar”.
María Herrera, también, reconocida líder nacional ante agrupaciones de madres buscadoras, agradeció a aquellos obispos que ya han abierto su corazón, pero insistió: “Nos faltan muchos. Muchos pastores que escuchen, que salgan de sus oficinas y vengan a donde está el dolor”. Recordó la parábola del Buen Pastor: “Si una oveja se pierde, el pastor deja a las 99 y va por ella. Hoy, muchas ovejas están siendo devoradas por lobos, y hay quienes no lo quieren ver”. Contó cómo su párroco nunca la dejó sola y cómo la comunidad religiosa que la rodea ha sido refugio, oración y abrazo. También habló del abandono de las autoridades: “Para el gobierno somos como piñatas, nos golpean, nos humillan, nos desacreditan… pero aquí seguimos, con fe”. Su clamor final fue una súplica y una profecía: “No queremos que los niños huérfanos de hoy sean los delincuentes de mañana. Ustedes, nuestros pastores, pueden marcar la diferencia. No desde el escritorio, sino en el campo de batalla del sufrimiento humano”.
Así, madres y jóvenes, en medio del dolor, ofrecieron su esperanza. La esperanza de una Iglesia que no permanece en silencio, sino que camina con su pueblo. Una Iglesia que convierte el Evangelio en abrazo, denuncia y acción. Porque hoy, más que nunca, México necesita pastores valientes, testigos de la luz en medio de la noche.