Por: Pbro. Lic. Armando González Escoto
En 1966 se estrenó una serie de televisión llamada “El túnel del tiempo”, cuya temática era la posibilidad de viajar hacia el pasado o hacia el futuro desde la innovación de la maquinaria pertinente, pero algo sale mal, y los científicos enviados no pueden ser recuperados, así que vagan del pasado al futuro dando origen a una divertida comedia de entretenimiento. La reforma educativa en curso, con el libro de texto incluido y los manuales para los profesores, nos hacen revivir la experiencia de viajar al pasado y aún más, pretender reinstalarlo en el momento presente al margen de todo cuanto desde entonces ha ocurrido. Los discursos de sus promotores, la estructura de pensamiento que recorre libros y manuales, las lacras sociales simplemente usadas como una forma de asaltar el poder, la apuesta por la lucha de clases, todo nos lleva a una edad pasada, una época de grandes ideales, sueños e ilusiones que aún no experimentaba el significado que la dictadura de Stalin tuvo para millones de proletarios asesinados por el sistema liberador del marxismo leninismo.
Todavía en julio de 1991, la antigua Unión Soviética, modelo de sociedad comunista, era también modelo de una burocracia de estado inerte, estéril, pasiva, sin futuro, rodeada de tiendas para el pueblo vacías, y tiendas para los altos miembros de la jerarquía marxista donde abundaba de todo, incluido el caviar de la mejor calidad y la champaña. Todo estaba por venirse abajo volviendo hasta cierto punto inútil un esfuerzo sangriento de casi setenta años. En noviembre de ese 1991 terminó la pesadilla del paraíso de los trabajadores. China, su socio y vecino, aprendió de inmediato la lección, y bajo la guía de líderes visionarios, dejó atrás sus prejuicios ideológicos y se abrió lo mismo a la ciencia, que a la tecnología y la economía del odiado occidente, creando una muy singular nueva síntesis, sin la cual no sería la potencia que hoy es. Ello supuso admitir que el marxismo maoísta como tal había sido no el sistema del futuro, sino simplemente la antítesis de un momento histórico que requería seguir evolucionando hacia una nueva conformación en que nada seguiría igual.
Los países comunistas latinoamericanos eran solamente la copia pirata de aquellas entidades, muy capaces de incurrir en los mismos errores, pero inhábiles para imitar los aciertos. En nuestras latitudes, el marxismo ha sido sólo otro recurso para obtener el poder y perpetuarse en él, tendemos a las dictaduras de cualquier signo que sean, como extraña añoranza de los muchos siglos en que fuimos monarquía. En cuanto a la gente, hay que prometerles todos los bienes del mundo cuando están en lucha, y decirles que esos bienes son vulgar consumismo capitalista, cuando ya se ha ganado. Se trata de una receta tan manida que sorprende y mucho el que se quiera de algún modo habilitar en México ¿por qué habríamos de experimentar en cabeza ajena, cuando lo que nos gusta es fracasar en cabeza propia?
Si no atenemos estrictamente a la dialéctica marxista tal cual fue propuesta por su autor, la tesis sería el capitalismo, la antítesis sería el marxismo, y la síntesis debería de ser algo que participa de los procesos anteriores, pero los supera y los vuelve relevantemente distintos. En el trasfondo ideológico de los libros mencionados lo único que aparece es un verdadero refrito marxista adicionado con algunos postulados de las nuevas agendas culturales en boga, sin ninguna nueva síntesis, es decir, se quedaron perdidos en su túnel del tiempo, y al igual que los pensadores soviéticos, no han sido capaces de generar una nueva conformación social ni ideológica ni mucho menos práctica.
Eso no significa ignorar la perpetuación de condiciones de explotación y vejación de los seres humanos a manos de los poderosos de este mundo, lo mismo capitalistas hambreadores que dictadores marxistas, lo que nos queda claro es que ni uno ni otro sistema han sido adecuados para alcanzar un proyecto social en el que todas las personas dispongan de las mismas oportunidades, y habiten todos en espacios urbanos dignos, un sistema donde el progreso no sea avidez, ni la seguridad económica se finque en el egoísmo, un sistema donde el saber científico y el tradicional se concilien en lugar de oponerse o de usarse como formas de dominio, una comunidad que se libere de líderes empeñados en imponer su único y personal punto de vista, un país que camine sin absurdas e inútiles luchas de clase, pero que supere los prejuicios, privilegios y abusos de una clase sobre las demás, incluida la clase política tan similar en todos los sistemas.